Hace unos días tuve la
oportunidad de asistir a una reunión de vendedoras (aunque había hombres las
mujeres eran mayoría aplastante) de una de esas revistas de venta por catálogotan
de moda en la última década en el país. A la mejor manera de investigador del
siglo XIX, haciendo parte y sin participar de ella realicé un pequeño análisis
de este fenómeno tan popular entre los estratos medios de la sociedad
colombiana.
A la mejor manera de las iglesias
cristianas estas reuniones son apoteósicas, el salón estaba a reventar, tuve
que ceder mi puesto y salir mientras el administrador del lugar donde se
desarrollaba conseguía cuantas sillas fueran posibles para acomodar a todas las
asistentes, sillas estas que siempre fueron insuficientes. Al llegar varias
auxiliares voluntarias se encargan de acomodarnos advirtiendo eso sí
anticipadamente que las señoras tendrían que cargar en las piernas a sus hijos
para que cupiera todo el mundo, después de esto y al margen del saludo inicial las
auxiliares pasan repartiendo galleticas (de las mismas que ofrece el catalogo)
bajo la advertencia de que solo se puede comer UNA para que “alcance para todos”, mientras la gente se amontona y
las amigas ocasionales se saludan y se cuentan las generalidades de su vida el
último mes. Y es aquí cuando llega uno de los momentos más emocionales de la
reunión: El Himno. Mientras
paso por el frente de algunas de estas iglesias cristianas o evangélicas y veo
a sus feligreses entonando himnos de alabanza veo la misma pasión y frenesí que
vi ese día de parte de la mayoría de las asistentes, cantaban, gritaban,
aplaudían, elevaban las manos al cielo, cerraban los ojos (ver fotos). El himno
en sí es una mezcla de música para planchar y canción de Fanny lu (no sé si
estoy redundando con esta expresión), con estrofas que en algunos apartes
parecen sacados de libros de Coelho, pero viendo la pasión ciega con la que lo
cantan pienso que daría lo mismo fuera cual fuera su música, ritmo y prosa.
Supongo que hay muchas teorías explicando la importancia de himnos y canciones
de batalla en la sugestión y condicionamiento neurolingüístico de grupos
humanos, pero estando allí parado o es
necesario echar mano de estas teorías para darse cuenta de este hecho. El
estado cuasi hipnótico-extático en el que quedan las asistentes después de
cantar permite que la reunión se desarrollé de forma fluida por el periodo de
tiempo necesario para contar las novedades del catálogo y algunas otras
cuestiones técnicas. Cuando el éxtasis empieza a decaer llega al rescate la
felicitación de cumpleaños, las cumpleañeras se levantan mientras el resto
corea el Happybirthday, esta
actividad permite comentar algunas otras cosas respectivas al catálogo en sí.
En esta reunión tuve la fortuna de observar la implementación de una nueva
estrategia de sentimentalización- si
se me permite la utilización del verbo- “La Caja de los Deseos”, acá las
mujeres escriben sus deseos anónimos y los depositan en una caja, los deseos
(casa propia, estudio de los hijos, conocer el mar, etc.) serán leídos de a
cinco por cada reunión hasta el fin de año. La idea manifestada es que al leer
el deseo todas las mamas pondrán su buena energía para que se cumpla. La idea
-interpretada por mí- es mantener a las señoras pendientes durante todo el año
hasta que su deseo sea leído y como la mayoría de los deseos son similares
nunca sabrán a ciencia cierta cuál fue el suyo y si alguna escribe uno
diferente se sentirá comprometida con las demás a enviar buenas energías así
como ellas le enviaron en su caso.
El último, y quizá más importante
de los ganchos de atracción a esta actividad es el sorteo de algunos de los
productos ofrecidos en el catálogo, no los mejores, no los más caros, pero sin
embrago da la impresión de que todo el mundo (incluido yo) asiste a esta
reunión con la esperanza de conseguir alguna de estas dadivas. El sorteo además
es una forma de verificar inmediatamente el pago de los pedidos realizados,
pues para participar en este se debe entregar la factura de cancelación. La
parte final de la reunión no se los puedo contar porque después de ganarme una
manilla “Para ti mamá” y un paquete de galletas, siguiendo el ejemplo de las
demás asistentes abandone la reunión.